TÍTULO:
Las estructuras funerarias de El Caño (Coclé, Panamá) entre los
siglos VIII y XI. Proceso constructivo y transformaciones postdeposicionales
AUTORES:
Miguel Ángel Hervás Herrera (mangelhervas@yahoo.es) CIAI y
Baraka Arqueólogos SL
Julia Mayo Torné (mayo.julia@gmail.com) CIAI
Carlos Mayo Torné (mayotorne@gmail.com) CIAI
Mercedes Guinea Bueno (mguinea@ucm.es)
CIAI y Facultad de Geografía e Historia UCM
Jesús Herrerín López (jesus.herrerin@uam.es)
CIAI y Facultad de Biología UAM
Alfredo Fernández-Valmayor Crespo (valmayor@ucm.es) CIAI y Facultad
de Informática UCM
Eje temático: Arqueología
Resumen: Las excavaciones arqueológicas desarrolladas desde 2008 en el yacimiento
de El Caño (Coclé, Panamá) han permitido documentar un conjunto de
enterramientos rituales de élite con ajuares y ofrendas de notable riqueza,
fechados entre los siglos VIII y XI. Se trata de inhumaciones múltiples
practicadas en el interior de grandes fosas excavadas ex profeso en el sustrato
geológico de la terraza inferior de Río Grande. En la construcción de las
tumbas tuvo un destacado protagonismo el empleo de diferentes materias
vegetales: baterías de postes que aseguraban la estabilidad estructural de las
paredes de la fosa, tapaderas vegetales que cubrían la cámara funeraria y
servían de soporte a las ofrendas, bohíos que protegían el conjunto de la
intemperie... El hallazgo en 2015 de una tumba completa con dos fases de obra sucesivas,
la primera de ellas inacabada, permitió clarificar y describir con cierta
precisión el proceso constructivo seguido, difícil de interpretar debido a las
transformaciones introducidas por los fuertes procesos tafonómicos
que operan en el lugar.
Palabras clave: Panamá, Coclé, El Caño, Enterramientos, Construcción
Introducción
El yacimiento de El Caño se localiza en el valle de Río Grande,
sobre la llanura aluvial del Golfo de Parita, dentro del denominado Arco Seco
del Istmo de Panamá. Alberga un cementerio ritual de élite perteneciente a la
Tradición Arqueológica Gran Coclé, construido y utilizado entre los siglos VIII
y XI, en el que se ha documentado el empleo de rituales funerarios violentos, y
cuyas tumbas fueron concebidas como espacios escénicos de representación de una
sociedad compleja claramente jerarquizada.
Las excavaciones arqueológicas desarrolladas en el lugar desde
2008 han exhumado un conjunto de enterramientos rituales de élite con ajuares y
ofrendas de notable riqueza, practicados en el interior de grandes fosas de
planta rectangular abiertas para ello en el sustrato geológico de la terraza
inferior de Río Grande. Estas tumbas se concentran en el sector meridional del
yacimiento, y son contemporáneas de los alineamientos de columnas basálticas
que delimitan el área ceremonial del recinto, y de la calzada de cantos rodados
que le daba acceso desde el este (Mayo y Mayo, 2013).
Hasta el momento se han identificado ocho tumbas (T1 a T8), de
las cuales una permanece aún sin excavar (T3). Las siete restantes pueden
clasificarse en dos grupos en función de su adscripción cultural: T5 y T6
pertenecen al periodo Cerámico Tardío A, fechado entre 700 y 850 d.C., en tanto
que T1, T2, T4, T7 y T8 corresponden al periodo Cerámico Tardío B, datado entre
850 y 1000 d.C. (Mayo y Herrerín, e.p.).
Aunque todas ellas están conformadas por grandes fosas excavadas en el subsuelo
y albergan inhumaciones múltiples simultáneas de individuos de alto estatus
acompañados por su séquito, existen importantes diferencias entre ambos grupos
de enterramientos.
Yacimiento arqueológico de El Caño. Foto:
Julia Mayo
Plano de distribución de las tumbas del Grupo
Cerámico Tardío B
En efecto, las fosas de las tumbas del primer grupo (T5 y T6)
fueron rellenadas con tierra después del enterramiento y no presentaban ninguna
actividad ritual posterior, mientras que las del segundo grupo (T1, T2, T4, T7
y T8) se caracterizan porque la fosa en su conjunto permanecía sin colmatar
tras la inhumación, con la cámara funeraria tapada por una cubierta vegetal que
servía de soporte a la ofrenda inicial y quedaba situada hacia la mitad de la
profundidad total de la tumba, y porque cierto tiempo después del enterramiento
se realizaban nuevas ofrendas en la parte superior de la fosa.
Precisamente por ser las más antiguas del conjunto, las tumbas
del primer grupo fueron destruidas en parte por la apertura de fosas de
enterramiento posteriores, por lo que se encuentran incompletas y aportan datos
muy fragmentarios acerca de sus características constructivas. Las del segundo
grupo, en cambio, están mejor preservadas y muestran el destacado protagonismo
que tuvo en su construcción el empleo de diferentes materias vegetales:
baterías de postes que aseguraban la estabilidad estructural de las paredes de
la fosa, tapaderas vegetales que cubrían la cámara funeraria y servían de
soporte a las ofrendas, bohíos que protegían el conjunto de la intemperie...
Especialmente interesante en este sentido resulta la tumba T7, que
conservaba completas no sólo su fosa de enterramiento y la inhumación múltiple
de su interior, sino también la ofrenda con la que se selló la cámara
mortuoria, e incluso la ofrenda realizada en el vaso superior de la fosa
después del enterramiento, clave para conocer el desarrollo completo del ritual
funerario. Además, presentaba dos fases de obra sucesivas, la primera de ellas
inacabada, lo que permitió describir con cierta precisión el proceso
constructivo seguido, más difícil de interpretar en otras tumbas, que habían
sido mutiladas por enterramientos posteriores, o se encontraban muy deformadas
por los procesos tafonómicos que operan en el lugar.
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Proceso constructivo de T2. Dibujo: Julia Mayo
Las fosas de enterramiento
La construcción de las tumbas comenzaba con la apertura de la
fosa de enterramiento, que constituye el soporte estructural básico de cada
tumba y se practicaba en el subsuelo del recinto, conformado en su mayor parte
por los depósitos de aluvión de la terraza inferior de Río Grande. Se trata de
sedimentos masivos de arcillas y limos de edad cuaternaria en disposición
tabular horizontal, caracterizados por su elevada plasticidad y su estructura
laminar, que se endurecen cuando se deshidratan.
Las fosas de enterramiento fueron talladas, en su mayor parte,
en el sustrato geológico. Sólo algunas paredes de determinadas tumbas seccionaron
rellenos antrópicos previos correspondientes a enterramientos más antiguos ya
colmatados. Así, la pared noroeste de T7 cortó transversalmente el sector
suroriental de T8 después de que ésta hubiese quedado abandonada y oculta por
los sedimentos. Las paredes noreste y sureste y el tercio suroriental del lecho
de T4 fueron construidos a costa de eliminar una buena parte de los rellenos
del interior de T1 y T8. Por último, el flanco meridional de T2 cortó los
restos de T5 y T6.
Tumba T7. Foto: Miguel Ángel Hervás
Tumbas T4 y T8. Foto: Miguel Ángel Hervás
La secuencia estratigráfica documentada demuestra que las tumbas
más antiguas de este conjunto (T1 y T8) se encontraban completamente rellenas
por los sedimentos y sus ofrendas ya colapsadas cuando se construyeron las
tumbas más modernas (T4 y T7). Entre ambos periodos de uso del cementerio, por
tanto, debió de transcurrir un intervalo de tiempo lo bastante prolongado como para
que se hubiese perdido incluso la memoria de las tumbas más antiguas, que
resultaban seccionadas sin contemplaciones por las más modernas.
En cuanto a su morfología, se trata por lo general de fosas de
planta rectangular alargada en dirección noroeste-sureste, con paredes
rectilíneas levemente ataludadas, esquinas redondeadas y fondo plano, y con una
de sus diagonales orientada en dirección norte-sur. A esta descripción
responden las fosas de T4 y T7 —las más modernas del conjunto—, cuyos
respectivos ejes longitudinales se encuentran sensiblemente alineados, lo que sugiere la existencia de una organización general de este
sector del cementerio en calles de dirección noroeste-sureste, al menos durante
la fase de ocupación a la que pertenecen ambos enterramientos.
En cambio, las tumbas T1 y T8, más antiguas, parecen haber
tenido planta cuadrangular, sus lados presentan trazado curvo, y los encuentros
entre paredes contiguas se resuelven por medio de ángulos muy marcados, lo que
las asemeja a la plataforma inferior de T2. Asimismo, se observa un importante
cambio de orientación entre el eje longitudinal de T8 y los de T4 y T7, estos
dos últimos coincidentes entre sí, de donde se deduce que la organización
general del cementerio varió significativamente a lo largo del tiempo.
Se aprecian, pues, claras diferencias entre las fosas de T1, T2
y T8 por un lado, y las de T4 y T7 por otro. A priori, parece que las fosas de
enterramiento más antiguas tendían a disponer de planta cuadrangular, paredes
curvadas y aristas vivas, en tanto que las más modernas evolucionaron hacia plantas
rectangulares, paredes más rectilíneas y aristas más redondeadas.
En ninguna de las superficies de corte de las fosas se han
observado marcas de herramientas del momento de construcción de las tumbas, por
lo que desconocemos tanto el tipo de herramienta con que fueron excavadas, como
la dinámica de avance de los trabajos. Tampoco parecen haber existido
revestimientos.
Con 5,30 m de profundidad desde la actual superficie del
terreno, la tumba T7 es la más profunda de las documentadas hasta el momento en
El Caño. No obstante, su profundidad debió de ser algo menor en origen, ya que
la superficie de uso del cementerio se localiza alrededor de 0,40 m por debajo
del nivel actual del terreno. Las restantes tumbas de este periodo alcanzan
profundidades de entre 4,00 y 4,80 m según los casos.
Hacia la mitad de la profundidad de la fosa de T7, sus paredes largas
presentan en sección un retranqueo en forma de escalón horizontal que sirvió
tanto para estabilizar la excavación en evitación de derrumbes, como para
apoyar el borde de la plataforma vegetal que sellaba la cámara funeraria.
Estos retranqueos, que también han sido documentados en T2, forman
parte del diseño original de las estructuras funerarias, dado que sus
superficies aparecieron recubiertas por sectores de la ofrenda en los que las
vasijas conservaban su disposición horizontal inicial. Por el contrario, en el
resto de la ofrenda, y a partir del frente exterior de estos escalones, las
vasijas aparecieron fuertemente buzadas hacia el interior de la tumba, muchas
de ellas en posición subvertical. Ello demuestra que la ofrenda apoyó sobre los
escalones, y sugiere que en el resto del espacio funerario se encontraba
colocada sobre una plataforma vegetal que, a modo de forjado, cubría un espacio
vacío subyacente sobre el que colapsó como consecuencia de la acumulación de
sedimentos.
Los escalonamientos determinan que la fosa sea de mayor tamaño
en su mitad superior que en su mitad inferior (cámara mortuoria). En el caso de
T7, la cámara funeraria tiene 3,54 m de longitud por 2,65 m de anchura y una
superficie de 9,40 m2, en tanto que el vaso superior de la fosa
cuenta con 4,50 m de longitud por 3,60 m de anchura y una superficie de 16,20 m2.
La cámara mortuoria de T4 cuenta con 4,36 m de longitud y una anchura de entre
2,27 y 2,16 m, de modo que es ligeramente más larga y más estrecha que la de T7,
pero cuenta con una superficie útil muy similar (9,55 m2). La tumba
T2, con 5,73 m de longitud y 3,16 m de anchura, tiene también planta de
tendencia rectangular, pero su estructura es más compleja, dado que presenta
tres plataformas de enterramiento contiguas a distinto nivel. La tumba T1 es la
más pequeña del grupo, con tan sólo 2,58 m de longitud por 2,38 m de anchura.
El refuerzo perimetral de postes
Una vez completada la apertura de la fosa de enterramiento, el
vaso inferior o cámara mortuoria era reforzado en todo su perímetro por medio
de una densa batería de postes de madera verticales que lo arriostraban en
previsión de derrumbes. Dicha solución está presente en todas las tumbas del
periodo Cerámico Tardío B, pero no en las del Cerámico Tardío A, dado que estas
últimas eran rellenadas con tierra después del enterramiento y sus paredes no
corrían riesgo alguno de desprendimiento. La mera presencia de postes
verticales en las tumbas del segundo periodo demuestra, por sí misma, que la cámara
mortuoria había sido concebida para quedar sin rellenar (enterramiento en
espacio vacío), si bien las frecuentes avenidas del río dieron lugar, como
veremos, a la paulatina colmatación natural de las fosas en poco tiempo.
De la existencia del refuerzo perimetral de postes nos han
llegado dos tipos de evidencia: por un lado, las huellas dejadas en el terreno
por la descomposición in situ de cada uno de estos postes; y por otro, los
agujeros para fijación de sus extremos inferiores, practicados en el fondo de
la fosa, junto a la base de sus paredes.
Los agujeros de poste eran excavados en el sustrato geológico
poco después de finalizados los trabajos de apertura de la fosa de
enterramiento. Forman parte del diseño original de la tumba. Son de planta
circular o levemente ovalada, y presentan fondo plano y paredes verticales o levemente
ataludadas. Su diámetro en coronación se encuentra comprendido entre los 36 cm
de los agujeros más grandes y los 14 cm de los más pequeños, aunque el tamaño
más habitual se halla entre los 24 y los 26 cm de diámetro. Medida en el fondo
de cada agujero, en cambio, esta magnitud presenta menores variaciones, ya que
en la mayoría de los casos se sitúa entre 14 y 16 cm, y se corresponde de un
modo bastante preciso con el diámetro real de la base del poste que albergaba. La
profundidad de los agujeros con respecto a la superficie del lecho de la tumba
se encuentra comprendida entre los 26 y los 13 cm, aunque la mayor parte de
ellos penetran en el terreno entre 21 y 23 cm.
Las huellas de poste consisten en manchas de sección circular y
amplio desarrollo cilíndrico vertical formadas por tierra arcillosa de grano
muy fino, textura jabonosa y color diferenciado del resto del sedimento, claramente
visibles durante el proceso de excavación arqueológica, y dotadas de
continuidad vertical a través de varios estratos diferentes, lo que nos permite
interpretarlas como el residuo dejado por la descomposición de los postes in
situ, después de que estos hubiesen quedado ocultos por los rellenos de
colmatación por abandono de las tumbas. Casi siempre, el diámetro de las
manchas es netamente inferior al de los agujeros a los que se hallan asociadas,
lo que demuestra que los postes no fueron clavados en el fondo de la fosa mediante
el golpeo reiterado de su testa, sino colocados en el interior de un agujero
abierto a tal efecto mediante una acción previa de excavación. Una vez colocada
la base del poste en el interior del agujero correspondiente, el espacio
sobrante era rellenado en todo su perímetro con tierra arcillosa para
inmovilizar el madero en su posición final.
En T7, la singular configuración de las huellas de poste (en
forma de corona circular o anillo de sedimento rojizo con un diámetro de entre 14
y 18 cm) sugiere la posibilidad de que se correspondan con la descomposición de
cañas de bambú, material muy apropiado para la función estructural de estos
postes por su resistencia a flexión, y frecuentemente utilizado desde antiguo
en la arquitectura tradicional de Panamá. En T4 y T8, en cambio, estas huellas
tienen menor diámetro (entre 8 y 14 cm en ambos casos) y una composición muy
diferente (tierra arcillosa marrón mezclada con vetas rojizas en T8, tierra
grisácea en T4), lo que demuestra que se emplearon especies vegetales distintas
en cada caso, tal vez con propiedades mecánicas igualmente diversas, lo que
podría explicar también las diferencias observadas en cuanto a la colocación y
distribución de los postes en cada una de estas tumbas. Las muestras de
sedimento recogidas permitirán, en fases posteriores de la investigación,
determinar a qué especies vegetales corresponde cada tipo de mancha, y cuáles
son las características estructurales de cada una.
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Huellas de poste en T7.
Fotos: Miguel Ángel Hervás
El número de postes del refuerzo perimetral de la cámara
mortuoria varía de unas tumbas a otras. Se contabilizan: 27 agujeros de poste
en la tumba T7 para cubrir 11,80 m lineales de perímetro; 24 en la tumba T4
para un perímetro de 13,15 m; 21 en la plataforma inferior de la tumba T2 para
un perímetro de 10,93 m; y tan sólo 11 en las tumbas T1 y T8 para un perímetro
conservado de 7,37 m y 7,32 m respectivamente, si bien es cierto que estas dos
últimas se encuentran incompletas, y debieron de tener en origen un mayor
número de maderos de refuerzo para un perímetro también mayor. La separación
promedio entre postes contiguos es de tan sólo 25 cm, lo que demuestra que los
constructores estuvieron muy preocupados por asegurar la estabilidad
estructural de las fosas, comprometida por la propia naturaleza del sustrato
geológico y de los rellenos antrópicos en los que habían sido abiertas, y por
la proximidad del río, que debió de dar lugar a frecuentes inundaciones.
No obstante, en cuanto a la distribución de los postes se
observan diferencias significativas entre las tumbas más antiguas del grupo
(T1, T2 y T8) y las más modernas (T4 y T7). En las primeras, la agrupación de
postes por parejas o tríos es muy poco usual, al contrario de lo que sucede en
las últimas. Esto es especialmente evidente en los vértices de las fosas. Los
de las tumbas más antiguas (de arista viva) estaban protegidos por un único
poste. En cambio, los de las más modernas (redondeados) aparecen casi siempre
reforzados por agrupaciones de dos o tres postes muy próximos, que pudieron
haber sido arriostrados entre sí para trabajar solidariamente a modo de vigas compuestas,
y asegurar con ello una mejor resistencia a flexión del sistema en las esquinas,
que son los puntos de mayor concentración de empujes.
En las tumbas más modernas, el emparejamiento de los postes también
es frecuente en el resto del perímetro de la fosa. Este fenómeno se manifiesta
con claridad en las variaciones de la distancia entre agujeros de poste
contiguos: mientras que la separación entre postes no emparejados se sitúa en
torno a los 25 cm de promedio, los que forman parte de una misma pareja distan
entre sí alrededor de 10 cm. De hecho, los agujeros emparejados tienden a
aparecer unidos en coronación, como si de un único hueco geminado se tratase,
lo que parece ser consecuencia del propio proceso constructivo: estos agujeros
estaban tan próximos entre sí que el testigo de sedimento geológico que los
había de separar se rompía durante las labores de apertura de los mismos.
Refuerzo del vértice oeste (en arista) de T8,
con un solo poste. Foto: Miguel Ángel Hervás
Refuerzo del vértice este (redondeado) de T7,
con postes emparejados. Foto: Miguel Ángel Hervás
Emparejamiento de agujeros de poste en T7.
Foto: Miguel Ángel Hervás
Excepcionalmente se ha observado la existencia de agujeros de
poste dispuestos fuera de alineación, separados de las paredes de la fosa. Los
postes a los que corresponden no parecen formar parte del diseño original de la
tumba, y debieron de ser añadidos en un momento posterior para reforzar la
sustentación de la tapadera vegetal de la cámara mortuoria. Esta circunstancia
se ha documentado tanto en T4 como en la plataforma inferior de T2.
En términos generales, el diseño del sistema de refuerzo de la
cámara de enterramiento parece haber evolucionado en el tiempo hacia soluciones
estructurales más eficientes, orientadas a la obtención de una mayor
resistencia a flexión tanto en los vértices de las fosas como en sus flancos,
lo que pudo deberse a una progresiva mejora de los sistemas constructivos
basada en la acumulación de la experiencia, o tal vez al empleo de nuevos tipos
de madera cuyas propiedades mecánicas demandaban soluciones estructurales
diferentes.
La tapadera vegetal
Una vez finalizado el entierro múltiple, incluida la colocación
de los ajuares individuales y la ofrenda asociada, los cuerpos permanecían en
espacio vacío y la cámara mortuoria era sellada con una cubierta vegetal sobre
estructura de madera, a modo de forjado, que servía al mismo tiempo como
soporte para una ofrenda masiva formada mayoritariamente por recipientes de
cerámica. Estas ofrendas fueron concebidas para ser visibles desde el exterior,
por lo que sirvieron para expresar la identidad y el estatus de los ocupantes
de la tumba.
La citada plataforma apoyaba en parte sobre el escalonamiento intermedio
de las paredes largas de la fosa, y en parte sobre las testas de los postes de
refuerzo perimetral del vaso inferior. En el caso de T7, la tapadera quedó
situada unos 0,95 m por encima de la superficie de la inhumación.
Aunque sólo en T2 se documentaron restos de materia vegetal
asociados a este elemento de cierre, en T7 existen evidencias indirectas muy
claras de su existencia, obtenidas del estudio de las deformaciones que
presenta la ofrenda a la que servía de soporte. En ambas tumbas, la ofrenda
apoyaba por sus flancos sobre la superficie horizontal del escalonamiento intermedio
de las paredes de la fosa, razón por la cual las vasijas situadas en dichos sectores
conservaron su disposición horizontal original. Sin embargo, en el resto de su
extensión, a partir del frente exterior de los escalones, la ofrenda apareció
fuertemente inclinada hacia el interior de la tumba, en posición subvertical.
Entierros de T7 (arriba) y T4 con las huellas
de poste del refuerzo perimetral de la cámara funeraria. Fotos: Miguel Ángel
Hervás
Este hecho parece demostrar que la ofrenda había sido colocada
en su mayor parte sobre una plataforma vegetal que cubría el espacio vacío
subyacente, y que se hundió como consecuencia de la acumulación de sedimentos
sobre la misma durante un momento posterior. Ello dio lugar, a su vez, al
desplazamiento masivo de los objetos que componían la ofrenda, que terminaron
cayendo al interior de la cámara mortuoria, aún no del todo colmatada.
A pesar del desplome de la ofrenda hacia un nivel inferior, la
mayoría de los artefactos que la integraban conservaron tanto su geometría
original como su posición relativa dentro del conjunto, lo que demuestra que
dichos objetos ya se encontraban entonces ocultos por una potente capa de
sedimento que los mantuvo fijos en su ubicación, impidiendo en el momento de la
caída que se deslizasen anárquicamente hacia el vacío central de la tumba y
formasen en el fondo de la misma un amontonamiento masivo de fragmentos
inconexos. La acumulación de sedimento sobre la ofrenda explica, además, el
hundimiento mismo de la plataforma, cuya capacidad de resistencia a flexión
quedó rebasada por el sobrepeso introducido por los nuevos rellenos.
La plataforma en cuestión había sido concebida como tapadera de
la tumba, y desde un punto de vista estructural funcionaba como un forjado.
Debió de ser construida con algún tipo de materia vegetal muy ligera, dado que
no ha dejado restos reconocibles en la secuencia estratigráfica: tal vez con
hojas de palma trenzadas sobre una batería de tablas o cañas dispuestas en
horizontal a modo de viguetas.
Durante el proceso de excavación arqueológica de T7 se observó
que el sedimento sobre el que apoyaban las vasijas de la ofrenda presentaba
estructura laminar, y que las láminas que lo componían se hallaban en posición
subvertical, al igual que la propia ofrenda. Esta formación puede darse de modo
natural en depósitos arcillosos debido a la estructura molecular del soporte
geológico y a procesos de precipitación y posterior compactación y contracción
del material. No obstante, debemos contemplar también la posibilidad de que la
superficie de la plataforma vegetal hubiese sido revestida con una o varias
capas de barro antes de la colocación de la ofrenda, con la intención de evitar
o reducir tanto la presencia de malos olores como la emisión al exterior de los
gases producidos por la descomposición de los cuerpos depositados en la cámara
funeraria.
En su posición final de derrumbe, la ofrenda cubría casi toda la
superficie del interior de la fosa, pero estaba significativamente ausente del
sector central de la misma. Este fenómeno no es consecuencia de la
configuración original de la ofrenda, sino de la peculiar dinámica de su hundimiento.
Es decir, no se debe a que el sector central de la plataforma hubiese quedado
intencionadamente libre de objetos en el momento de colocación de la ofrenda,
sino al modo en que dicha plataforma se rompió.
En efecto, la progresiva acumulación de sedimento sobre la
ofrenda incrementaba de un modo paulatino el peso soportado por la plataforma,
cuyas viguetas entraron por ello en un momento flector. Cuando quedó superada
su capacidad de resistencia a flexión, las viguetas se rompieron por su mitad,
que era la zona de mayor concentración de cargas, y dado que las testas tendían
a permanecer amarradas a sus respectivos puntos de anclaje, cada una de las
mitades resultantes cayó al vacío abatiéndose contra el lateral correspondiente
de la fosa. Fijada por el sedimento acumulado, la ofrenda se desplazó en bloque
junto con cada sector de plataforma abatido y quedó abatida ella misma sobre
los taludes del vaso inferior de la fosa en todo su perímetro, por lo que dejó
libre el sector central del espacio subyacente. Esta dinámica postdeposicional ha sido documentada con toda claridad en T2
y T7. También en T4 y T8, aunque de un modo muy parcial debido a la
desaparición de una parte importante de la ofrenda por agresiones posteriores.
Derrumbe de la ofrenda de T7. La plataforma se ha abatido hacia
el interior de la cámara funeraria, y las vasijas han conservado su posición
relativa y su geometría originales debido a que, en el momento de producirse el
colapso, ya estaban ocultas por una potente capa de sedimento fluvial. La
ofrenda está significativamente ausente del sector central de la fosa. Foto:
Miguel Ángel Hervás
Derrumbe de la ofrenda de T2, afectada por los
mismos procesos postdeposicionales que se observaron
en las tumbas T4, T7 y T8. Foto: Julia Mayo
La cubierta superior
Por encima de la tapadera vegetal de la cámara funeraria, la
fosa de enterramiento permanecía inicialmente vacía, de modo que la ofrenda
resultase visible desde el exterior y su lectura permitiese identificar los
ocupantes de la tumba. Debido a ello, y para garantizar su adecuada
conservación, tanto las paredes del vaso superior de la fosa —que carecía de
refuerzo perimetral de postes— como la propia ofrenda quedaban protegidas de la
intemperie por la superposición de un rancho o bohío, construcción de planta
ovalada definida por una batería de postes verticales que soportaban una
cubierta vegetal sobre entramado de madera.
Eso es al menos lo que se deduce de los datos aportados por la
excavación arqueológica de T2, durante la cual se recuperaron restos de maderas
carbonizadas conservados en el interior de un conjunto de agujeros de poste que
rodeaba perimetralmente la fosa de enterramiento, al exterior de la misma. La
construcción de tumbas en el interior de bohíos fue documentada por Gonzalo
Fernández de Oviedo en su obra Sumario de
la Natural y General Historia de las Indias, fechada en 1526, y está
todavía presente en la tradición cultural del istmo de Panamá entre los indios Guna (Martín, 2015: 116).
Los análisis de laboratorio de las muestras de madera recuperadas
en ese contexto indican un claro predominio del mangle, especie utilizada
tradicionalmente en la confección de postes para la construcción por su calidad
y resistencia, según refería el propio Gonzalo Fernández de Oviedo en esa misma
obra (Martín, 2015: 114). El bosque de mangle abundaba en la zona en el pasado
y está presente todavía hoy en la desembocadura de Río Grande, muy cerca del
yacimiento, por lo que debió de ser un recurso leñoso accesible para los
constructores coclé.
Bohío sobre tumba en el cementerio de Cartí, en Gunayala. Foto: Ainslie Harrison
Colmatación de las tumbas y ofrendas
posteriores
La colmatación parcial del vaso superior de las fosas y el
subsiguiente colapso de sus tapaderas vegetales con ofrenda no siempre supusieron
el abandono definitivo de las tumbas, ya que sobre los sedimentos más modernos
del interior de las fosas se practicaron poco después nuevas ofrendas.
Los rellenos resultantes de esta última fase son voluminosos y
homogéneos, lo que parece indicar que se formaron a partir de un único episodio
sedimentario de aporte masivo, y a lo largo de un corto periodo de tiempo. La
presencia de nuevas ofrendas sobre estos depósitos confirma la brevedad del
proceso, pues demuestra que la memoria del entierro aún se conservaba después
de colmatada la zona, y que los rituales funerarios continuaron a pesar del
deterioro sufrido por las tumbas. Teniendo en cuenta el entorno fisiográfico
del cementerio de El Caño, lo más probable es que estos rellenos fuesen
aportados de manera natural por los desbordamientos estacionales del río
Grande, que discurre a apenas 300 m al noreste del conjunto estudiado.
La ofrenda final de T7 reproduce en parte el ritual funerario principal
a una escala menor, también en lo tocante al proceso constructivo. La nueva
ofrenda consistía en un collar de cuentas esféricas de resina con fundas de
oro, aunque cabe la posibilidad de que hubiese sido depositado también el
cuerpo de un infante de muy corta edad cuya osamenta podría haber desaparecido
por completo debido a la acidez del terreno. Apareció depositada en el interior
de una fosa de apenas 1 m2 de superficie y 0,50 m de profundidad que
se situaba en el sector central del entierro. La fosa fue abierta en el más
moderno de los sedimentos que lo colmataban, y estaba reforzada en todo su
perímetro por una batería de postes verticales. Dadas las dimensiones de la
fosa, es obvio que dicho refuerzo carece de función estructural, por lo que
debe ser interpretado como un elemento ritual que convierte la fosa de esta
última ofrenda en un trasunto de la cámara mortuoria del entierro. El conjunto
fue tapado con una ofrenda sobre plataforma integrada por 63 vasijas, todas
ellas en miniatura, a imagen de la ofrenda sobre tapadera del entierro
principal.
Conjuntos similares han sido documentados también en T2 y T3
(Mayo, 2015: 83-84), por lo que parecen responder a una práctica habitual
consistente en ofrecer niños adornados con ricos ajuares, o bien ajuares
funerarios en miniatura, que reproducen el ritual del entierro principal y
algunos de sus elementos constructivos.
Conclusión
Las tumbas de élite del cementerio de El Caño atribuidas al
periodo Cerámico Tardío B presentan una cierta complejidad estructural derivada
en parte de las grandes dimensiones y profundidad de sus fosas, y del hecho de
que éstas permaneciesen inicialmente sin colmatar. Los principales problemas
estructurales a los que se enfrentaron sus constructores fueron resueltos casi
siempre mediante el empleo de los recursos leñosos del entorno (maderas y
entramados vegetales). La concepción de la cámara mortuoria como un espacio
vacío obligaba a reforzar sus paredes con una densa batería de postes cuyo
diseño evolucionó con el tiempo hacia soluciones estructurales más eficientes.
Por otra parte, el estudio detallado de las deformaciones postdeposicionales
de las ofrendas demuestra que las cámaras funerarias fueron selladas con
plataformas vegetales a modo de tapadera, y que éstas colapsaron hacia el
interior de la tumba tras quedar sepultadas por los limos aportados por el río.
BIBLIOGRAFIA CITADA
Martín Seijo, María (2015): “La explotación de los recursos
leñosos”. En Guerreros de Oro. Los
señores de Río Grande en Panamá / Golden Warriors. The
Lords of Río Grande in Panamá. Ciudad de Panamá:
Fundación El Caño, Editora del Caribe, S.A., pp. 112-117
Mayo Torné, Julia (2015): “La Jefatura de Río Grande”. En Guerreros de Oro. Los señores de Río Grande
en Panamá / Golden Warriors. The Lords
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Ciudad de Panamá: Fundación El Caño, Editora del Caribe, S.A.